lunes, 15 de diciembre de 2014

Campo-ciudad: chau a las acusaciones

Sustentabilidad. La experiencia de dos localidades del sur de Santa Fe muestra que el consenso favorece el desarrollo agrícola y garantiza la salud de las personas.

Las experiencias de Godoy y Arequito, localidades del sur de la provincia de Santa Fe, muestran cómo la búsqueda de consensos, sumada al uso correcto de la tecnología, permiten una convivencia armónica entre calidad de vida y producción.

Según Alejandro Longo, director del INTA Oliveros, “los conflictos periurbanos son uno de los principales problemas”, con el uso de agroquímicos como uno de los ejes de la discusión entre agricultores y vecinos.

Surgido como un asentamiento rural, en Godoy hoy residen 1.300 habitantes. Alrededor de 110 son productores de soja, maíz y legumbres. Lo que comenzó hace 20 años como un proceso de trabajo comunitario interinstitucional en torno a la conservación del suelo, promovido por la cooperativa agrícola local, permitió que la comunidad aborde el manejo de agroquímicos.

Luis Carrancio, del INTA Arroyo Seco (Santa Fe), dijo: “Los habitantes de Godoy empezaron a ver que las aplicaciones impactaban sobre el ambiente y querían una regulación más estricta y un control local”.

En 2004, la cooperativa invitó a los productores asociados a participar en un proceso de construcción social de una ordenanza que las reglamentara, con una activa participación del INTA.

En este sentido, Longo observó: “La ley es importante, la técnica es importante, pero si no se busca el acuerdo entre los actores que piensan diferente, es muy difícil lograr algo que conforme a esas partes”.

La norma número 13/11 se basa en restricciones de fitosanitarios y controles de la comuna en cuanto al momento y a la forma de su aplicación. Por un lado, prohibió los productos banda roja –los más tóxicos– para todo el distrito. Restringió también el uso de los de banda amarilla y azul –de mediana toxicidad– a 1.000 metros de asentamientos poblacionales y, junto a éstos, sólo permitió aplicar productos banda verde, que son los de menor toxicidad.

“El gran impacto que tuvo es que 1.000 metros alrededor del pueblo no se usaron otro tipo de productos que no fueran banda verde y bajaron a menos de la mitad las aplicaciones por año”, aseguró.

En tanto, en la localidad de Arequito se desarrolló una norma modelo, que actualmente se aplica.

Con un promedio de 45 reclamos anuales de vecinos que se sentían afectados por las aplicaciones en zonas periurbanas, en 2011 Arequito aprobó la ordenanza número 965, que reguló el uso de fitosanitarios. A partir de su puesta en vigencia, de acuerdo con Rafael Abrate, de la firma Acopio Arequito, “sólo se registró una infracción en enero de 2012, que fue sancionada”. Se dictó integrando una pequeña comisión, que tenía como referencia un ordenamiento territorial, aprobado cinco años antes.

El objetivo era generar normativas para desarrollar una producción que garantizara la salud de las personas y del ambiente y un sistema de control para asegurar su cumplimiento.

Con la norma aprobada en Godoy, como modelo, la número 965 adhirió a la Ley de Fitosanitarios número 11.723 de Santa Fe, confirmó el límite del área urbana y estableció tres zonas de aplicación.

La ordenanza prohibió la aplicación de fitosanitarios banda roja en todo el distrito y algunos coadyuvantes con efecto a largo plazo; también restringió aquellos que se comportan de manera volátil; estableció un registro de aplicadores habilitados, a quienes les exige la capacitación, determinó el lugar y la forma de entrega de los envases y fijó sanciones.

Fuente: Clarín Rural 

lunes, 1 de diciembre de 2014

Emprendedores españoles y el Big Data

Los augurios son bastante aterradores: los servicios de estadística de la FAO calculan que en 2050 la población mundial habrá aumentado a 9.000 millones de personas (ahora son 7.100 millones).

Si esas predicciones no fallan, será necesario incrementar en un 70% la producción de alimentos con menos agua, menos químicos y el mismo suelo, dentro de un contexto de cambio climático.

Frente a este desafío, las empresas están empezando a utilizar el todavía naciente concepto de Big Data para ayudar a que los agricultores tomen decisiones menos arriesgadas.

Según lo asegura María Fernández en El País, de España, no es ciencia ficción. Si un viticultor pudiese predecir, no ya una borrasca, sino el número exacto de litros de agua por metro cuadrado que van a caer en cada una de las parcelas donde tiene sus viñas respiraría mucho más tranquilo. También lo haría si pudiese anticiparse a una enfermedad que afectase a sus plantas, o a una tormenta de piedras.

Ese mundo más predecible es que busca Bynse, una empresa de ingenieros y matemáticos con sede en Alcalá de Henares (Madrid) que ofrece servicios a los agricultores.

“No estoy seguro de que en el futuro vayamos a necesitar coches u otras máquinas. Lo que sí es cierto es que seguiremos comiendo varias veces al día, por eso elegí este sector”, cuenta Gonzalo Martín, uno de sus dos fundadores. Ingeniero de Telecomunicación procedente del mundo de la metrología, él y otra socia decidieron montar una plataforma para recoger cientos de miles de datos y trasladar las herramientas de Business Intelligence (BI) al campo.

“Desde Campofrío a Codorniu, todas estas empresas usan herramientas de BI para tomar decisiones. Lo curioso es que las utilizan en marketing, pero no en las operaciones de su activo, que es lo que les da dinero. Y hay un factor que altera ese activo: la climatología”, agregó.

Bautizada como Bynse (no busque claves en el nombre, no quiere decir nada), su empresa instala equipos con sensores en los cultivos, entre y bajo las raíces, que reportan información cada diez minutos.

Completa su información con los datos de plataformas públicas o abiertas, como Google o la AEMET, que luego integra en su sistema para decirle al agricultor cuándo tiene que regar, qué momento es el mejor para cosechar o por qué parcela debe empezar un tratamiento. Eso es utilizar el microclima a favor de un negocio.

Han conseguido 43 clientes, algunos internacionales, y un importante apoyo público en forma de financiación, pero tienen un objetivo de facturación modesto, de unos € 200.000.

“Colocamos nuestros equipos, que son nuestros vigilantes. Con ellos medimos condiciones del suelo, humedad, temperatura… a la altura de las raíces, para saber lo que no se puede ver. Y lo difundimos a través de ICloud. Un agricultor tiene al clima cambiándole las reglas del juego constantemente. Conseguimos una herramienta que te permite integrar toda la información… calcular con arreglo su manera de gestionar un cultivo e intentar hacerlo predictivamente. En algunos lugares estamos consiguiendo ahorros de un 30% de agua”, aseguró Martín.

El paso siguiente para esta empresa es utilizar esos datos en las fábricas, conectar los sistemas de procesado con el campo.

La nota tiene un recuadro imperdible y que muestra que el Big Data no es un tema menor: € 741 M para anticipar el tiempo. Y cuenta la historia de The Climate Corportation, creada por dos exempleados de Google, David Friedberg y Siraj Khaliq, para convertir la información meteorológica en recomendaciones para los agricultores. El año pasado Monsanto se hizo con Climate por US$ 930 M (€ 741 M).

La empresa tiene un programa que combina las predicciones de Climate con los programas para la siembra de Monsanto, de modo que un agricultor puede introducir el grano a distinta profundidad para obtener rendimientos distintos.

El negocio ofrece algo más: seguros.

Fuente: DíazdeCAMPO