De los 106 millones de hectáreas cultivadas en
siembra directa a nivel mundial, aproximadamente la mitad corresponde a
países de América Latina; y de ellas, el 50% están en Argentina.
Estimaciones recientes realizadas por Aapresid arrojan un total de 27
millones de hectáreas se encuentran bajo siembra directa en Argentina
(Figura 1), lo que representa un 78,5% de la superficie agrícola del
país (Figura 2).
Figura 1: Evolución de la superficie en Siembra directa en Argentina
(campañas 1977/78 a 2010/11).
Fuente: Aapresid (2012)
Figura 2: Porcentaje de Superficie bajo siembra directa en Argentina
(campañas 1977/78 a 2010/11).
Fuente: Aapresid (2012)
Si el análisis se realiza por cultivos (Figura 3), la
soja, principal cultivo de Argentina, evidencia la mayor cantidad de
hectáreas bajo siembra directa, lo sigue el trigo, luego el maíz (con
similares cantidades) y por último el girasol y el sorgo.
Figura 3: Superficie bajo siembra directa por cultivos en Argentina.
Campañas 1977/78 a 2010/11.
Fuente: Aapresid (2012)
Observando por provincias, las que poseen mayor
superficie en siembra directa son Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. No
obstante, la importancia relativa de adopción en estas tres provincias
difiere en términos porcentuales, los valores son 78%, 90% y 83%
respectivamente (Figura 4). Esta situación se observa en todo el proceso
evolutivo de la siembra directa en Argentina, dónde la principal
provincia en cuanto a superficie sembrable es la de menor ritmo de
adopción y menor cantidad relativa, al menos entre las principales
provincias agrícolas. Por su parte, Córdoba y Santa Fe (en ese orden)
fueron las provincias pioneras en la adopción del sistema.
Sin embargo, Catamarca, Entre Ríos, Santiago del
Estero, Salta, Tucumán, Corrientes y Jujuy, en los últimos años han
tenido un avance notable en cuanto a la adopción del sistema; superando
actualmente el 90% de la superficie en siembra directa. Por su parte,
Chaco y San Luis tienen un nivel de adopción en torno al 80 y 75%,
respectivamente. Para el resto de las provincias, es viable que
incrementen sus áreas en siembra directa, aunque son de menor
importancia en cuanto a superficie total cultivable.
Figura 4: Superficie en Siembra Directa por provincias, medida en porcentaje.
Campaña 2010-2011.
Fuente: Aapresid (2012)
Estas cifras son más que elocuentes. Muestran el
liderazgo de nuestro país en siembra directa; tecnología agropecuaria
más importante implementada en los últimos años, cuya adopción ayudó a
revertir la degradación del suelo, permitió la expansión de la
agricultura y la ganadería en áreas marginales, mejoró la rentabilidad
de la agricultura y aumentó la sostenibilidad de los sistemas
agropecuarios en los diferentes rincones del país.
Ahora bien, para interpretar la expansión de la siembra directa en
Argentina, debemos remontamos a la década del ´90, momento en el que se
produjeron cambios que facilitaron su difusión. Específicamente, a
partir de 1993 se dieron factores que contribuyeron a este fenómeno:
-
El paquete tecnológico estaba finalmente adaptado a las condiciones imperantes en la región pampeana.
-
Aparición de la tecnología de resistencia a
glifosato incorporada a variedades de soja, elemento que más ayudó a que
muchos productores se acerquen a la siembra directa, ya que su
combinación facilitaba la operación de manejo.
-
El precio del glifosato cayó de 40 dólares, a
comienzo de los ´80, a menos de 10 dólares por litro de producto
formulado en 1992.
-
Las condiciones económicas imperantes redujeron los
márgenes de ganancia de los productores agropecuarios, forzándoles a
adoptar tecnologías más eficientes.
-
La Asociación Argentina de Productores en Siembra
Directa (Aapresid) desarrolló un programa de difusión muy eficiente
desde sus inicios (1989).
Siembra directa, un cambio de paradigmas en la agricultura
La agricultura convencional, basada en las labranzas de los suelos, fue
el paradigma agrícola que la humanidad aplicó desde sus inicios, hace
más de diez mil años. Bajo esta concepción de la agricultura, la
labranza era vista como una pieza clave e ineludible a la hora de
producir granos y forrajes. El paquete tecnológico reinante bajo el
paradigma de la producción con labranzas incluía prácticas como arar,
rastrear, y quemar los residuos, dejando el suelo totalmente
pulverizado.
Sin embargo, y aun reconociendo que sirvió para alimentar a
la humanidad en el pasado, la agricultura convencional, por vía de la
erosión de los suelos, y por la aplicación de un criterio de
explotación, minero o extractivo de los recursos, en muchos casos hizo
llegar a extremos de deterioro de magnitud escalofriante: “perder más de
diez toneladas de suelo por tonelada de grano producido”;
evidentemente, un “costo” que la humanidad toda no podía, y menos aún no
puede ni podrá seguir pagando.
La agricultura conservacionista, dentro de la cual se
encuentra la siembra directa (sistema productivo basado en la ausencia
de labranzas, en las rotaciones y en el mantenimiento de los suelos
cubiertos por los rastrojos), cambió el modelo reinante; proponiendo una
nueva agricultura capaz de resolver la disyuntiva entre productividad y
ambiente.
Al estado del conocimiento actual, se vislumbra como la alternativa
productiva que mejor conjuga los intereses, muchas veces contrapuestos,
de alcanzar una producción económicamente rentable para las empresas,
ambientalmente sustentable, y socialmente aceptada.
La siembra directa como concepto
La siembra directa puso en marcha un nuevo paradigma en la agricultura,
que permite superar el problema de la erosión y degradación de los
suelos. La siembra directa ha incrementado la productividad de los
suelos, por la mejora en la fertilidad física y química, y la más
eficiente economía del agua. También se ha reducido el consumo de
combustibles fósiles, lo cual, sumado a la menor emisión de dióxido de
carbono (por ausencia de labranzas) y al secuestro de carbono (por
aumento de materia orgánica) ayuda a mitigar el efecto invernadero.
Por tanto, la siembra directa permite acceder a un uso racional y
sustentable, y hasta reparador, de los recursos básicos de los
agro-ecosistemas como lo son el suelo, el agua, y la biodiversidad.
Es importante aclarar que muchas veces se comete el
error de entender a la siembra directa como una tecnología que “cambia
el arado por una máquina más reforzada de siembra que consigue sembrar
en suelos sin labrar y donde las malezas se controlan con herbicidas”.
Sembrar sin arar, como única consigna o herramienta tecnológica puntual,
es una visión simplista y no elimina el riesgo económico y deterioro o
degradación ambiental.
La siembra directa no es suficiente para adquirir el
rótulo de agricultura productiva y sustentable. Para alcanzarlo, no sólo
se requiere la ausencia de remoción, sino que además deberá plantearse
una rotación ajustada en diversidad (número de cultivos diferentes) e
intensidad (número de cultivos por unidad de tiempo), sumado a una
estrategia de fertilización de cultivos con reposición de nutrientes, y
un manejo integrado de malezas, insectos y enfermedades. Sólo así se
estará aplicando un “sistema de producción en siembra directa”, con
altos niveles de productividad y mantenimiento de la capacidad
productiva de los recursos. Este último enfoque es el que se acerca
mucho más a intentar resolver el conflicto entre producción y ambiente,
siendo la máxima expresión de la agricultura de conservación.
En la medida que se comprenda la complejidad de los
agroecosistemas en los que el productor trabaja, y se respeten los
tiempos de los ciclos biológicos por sobre las urgencias que exige la
rentabilidad inmediata, se accederá a todos los beneficios del “sistema
de producción en siembra directa”.
Todo lo expresado anteriormente debe ir acompañado
por tecnologías de proceso y de producto que permitan un uso más
eficiente y ajustado de insumos, con un menor impacto ambiental
negativo.
Principales ventajas de la siembra directa:
- Disminución de la erosión eólica en un 96%.
- Disminución de la compactación del suelo.
- Mejoramiento de la estructura del suelo.
- Incremento de la materia orgánica (fertilidad natural del suelo).
- Reducción en el uso de combustible fósil en un 40%.
- Menor emisión de gases de efecto invernadero (Carbono) a la atmósfera.
- Reducción de la polución del aire.
- Mayor retención de humedad.
- Aumento de la infiltración de agua en el suelo.
- Mejoramiento de la calidad del agua superficial.
- Aumento de la productividad a largo plazo.
- Aumento de la vida silvestre.
- Incorporación de nuevas áreas de producción.
- Necesidades menores de mano de obra.
- Economía de tiempo.
- Menor desgaste de la maquinaria.
- Reducción de los costos de producción.
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Siembra directa en el mundo
Según estimaciones realizadas en el año 2009 (Rolf Derpsch, Theodor
Friedrich), el sistema de siembra directa se realiza en más de 106
millones de hectáreas a nivel mundial. Aproximadamente, el 46% de esta
tecnología se practica en América Latina, el 38 % en los Estados Unidos y
Canadá, el 11 % en Australia, y el 5 % en el resto del mundo, incluido
Europa, África y Asia.
A pesar de ser Estados Unidos el país con mayor
superficie en siembra directa, es importante notar que este sistema
apenas cubre el 25% del área agrícola cultivada. En Brasil, la siembra
directa representa aproximadamente el 70%, y en Argentina y Paraguay
cerca del 80-90% respectivamente; siendo estos dos últimos los países
que lideran a nivel mundial en porcentaje de adopción.
Es interesante destacar que en más del 90 % del área
cultivada en siembra directa en Brasil, Argentina, Bolivia, Paraguay y
Australia, se la realiza de manera permanente; es decir, sin la
presencia ocasional de labranzas. En tanto que la superficie en siembra
directa en Estados Unidos reciben una labranza esporádicamente;
situación que hace que los suelos estén constantemente en una fase de
transición, no llegando los productores a experimentar todos los
beneficios de dicho sistema.
La adopción de la labranza cero en más de 106
millones de hectáreas a nivel mundial, da muestra de la gran capacidad
de adaptación del sistema a todo tipo de climas, suelos y condiciones de
cultivo. La siembra directa se practica desde el círculo ártico sobre
los trópicos a unos 50 ° de latitud sur, desde el nivel del mar hasta
los 3000 m de altitud, en zonas muy lluviosas (2.500 mm al año) o en
condiciones de sequía (250 mm al año).
Se estima que, una vez superadas las barreras de
conocimiento y tecnología, la siembra directa crecerá en zonas dónde la
adopción todavía es baja. Por otro lado, según apreciaciones de Derpsch y
Benites (2004), la eliminación de los subsidios en los países
desarrollados, principalmente Estados Unidos y los miembros de la Unión
Europea, sería también un estímulo para que los productores san más
eficientes; ya que si no lo hacen sus empresas quedarían fuera del
sistema por no ser rentables y sustentables.
Agradecimientos:
Agradecemos a los referentes de los distintos Departamentos
Provinciales por la información brindada; a Roció Belda y Andrés Madias,
pasantes de Aapresid, por su colaboración en la realización de la
estimación de la superficie en siembra directa, campaña 2010-2011.
Bibliografía:
-Sistema Integrado de Información Agropecuaria. Ministerio de Agricultura Ganadería y Pesca.
-Rolf Derpsch, Theodor Friedrich. Development and Current Status of No-till Adoption in the World. 2009
-Santiago N. Lorenzatti. Factibilidad de implementación de un
certificado de agricultura sustentable como herramienta de
diferenciación del proceso productivo de siembra directa. 2006
-Jorge C. Romagnoli. Fundamentos de la Siembra Directa. 1994.
Fuente: Aapresid