En el sur bonaerense, el suelo semiárido brinda interesantes respuestas cuando se implantan especies forrajeras perennes. Un caso, en detalle.
Ines Umaran, Clarin Rural
Es posible. Con un manejo más ajustado y la implantación de pasturas, en el INTA Bordenave lograron mejorar los índices de preñez, bajar los costos y producir muchos más kilos anuales por hectárea. El margen bruto se incrementó notablemente.
Se puede desarrollar un sistema productivo en regiones
semiáridas que resuelva las problemáticas de sequías recurrentes, muy
alta susceptibilidad a la erosión y degradación del suelo; que
contribuya a la recuperación y mejora de sus características físicas y
químicas, que mejore la eficiencia del uso del agua de lluvia y que
incremente los niveles de producción y el resultado económico de las
explotaciones.
Eso demostraron los ingenieros Carlos Torres
Carbonell, Angel Marinissen y Andrea Lauric, de la Agencia de Extensión
Bahía Blanca, del INTA Bordenave, quienes diseñaron un sistema ganadero
de cría-recría con destete precoz adaptado a las condiciones semiáridas
del SO bonaerense, en la Unidad Demostrativa “El Trébol”,
establecimiento familiar ubicado 35 kilómetros al norte de Bahía Blanca y
15 kilómetros al sur de Cabildo, en el sur de la provincia de Buenos
Aires.
La clave: diagramar un sistema tecnológico sencillo y
ajustado a las condiciones de suelo y clima. Si esto se logra, se
alcanzan sistemas sustentables en el tiempo y pueden iniciarse procesos
de desarrollo regionales.
“Se pasó de 35 kilos de
carne/hectárea/año -muy inestable en años de sequía- a 130 kilos/ha/año,
muy firme frente a los últimos ciclos secos”, explicaron los técnicos.
El
incremento del margen bruto es muy importante, por una baja de costos
-debido a un porcentaje muy alto de la base forrajera con pasturas que
se amortizan en más de 15 años- y el incremento de la producción de
carne, por un mayor porcentaje de destete y recría a pasto de los
terneros de destete precoz en una significativamente menor superficie.
Las
forrajeras perennes -altamente tolerantes a sequía en implantación,
producción y perpetuidad- son las protagonistas de esta historia.
Agropiro, pasto llorón, sorgo negro perenne, panicum coloratum y
digitaria eriantha. Haberlas identificado en la zona significó disponer
de un recurso altamente benéfico, desde lo económico y de la
conservación de los recursos naturales y los sistemas de producción.
En
lo económico -explicaron- una pastura perenne permite reducir
significativamente los costos de producción y alimentación del rodeo por
su duración -tiene un aprovechamiento mayor al de un ejercicio
productivo-, calidad del forraje y productividad anual. Del lado de la
conservación, su inclusión provoca un marcado incremento de la
sustentabilidad por el menor requerimiento de labranzas anuales.
“La
implantación de las pasturas se logró regulando la maquinaria de
siembra de grano fino típica de un campo de baja a mediana escala, lo
que permite que el sistema sea replicable en todo tipo de
establecimientos”, un aspecto fundamental que enfatizó Torres Carbonell.
Entre las recomendaciones de siembra para el logro de estas
pasturas, los técnicos destacan: siembras superficiales, uso de la rueda
compactadora, ajuste del momento de siembra y adecuadas dosis, elección
del suelo adecuado para cada especie y zona. Sin olvidar su principal
desventaja que es el período de inmovilización requerido para su
implantación, mínimo un año.
“Lo más interesante de este cambio
productivo es que lo hizo un productor local -destacan- en un
establecimiento de baja escala, lo cual alienta la posibilidad de ser
implementado por otros productores de la zona”. Así el efecto “rebalse”
se da más rápido y la cadena se pone en marcha: más producción de carne
en la región y mano de obra asociada, mejora en el resultado económico
de los establecimientos, hoy limitados por la sequía y/o su baja escala.
La difusión de estos principios básicos de producción en la zona
semiárida está siendo proyectada por un programa de extensión -en
inicio- a través de grupos Cambio Rural.
Volviendo al principio,
Torres Carbonell comentó que -a partir de 2005- surgió la necesidad de
resolver las problemáticas zonales relacionadas con los efectos
devastadores de la sequía recurrente y la consecuente caída en la
producción de carne; la baja productividad y/o inestabilidad de los
recursos forrajeros utilizados; los altos costos de alimentación del
rodeo de cría debido a una gran proporción de recursos anuales unido a
varios años de bajos precios relativos de la hacienda; la pérdida de
capital por mortandad o bajos índices reproductivos del rodeo por la
alimentación insuficiente; períodos de escasez total de oferta forrajera
y necesidad de afrontar altos costos de importación de reservas,
liquidación obligada de hacienda a bajos precios, derivando en
descapitalización.
Es un panorama complejo que halló solución
junto a los productores. “Iniciamos un proceso de cambio,
experimentación y adopción de tecnologías más adecuadas para la
producción ganadera en esta región”, concluyeron Marinissen y Lauric.
Hoy
hay una propuesta técnica para la zona semiárida, un sistema que se irá
adoptando de manera secuencial y progresiva, integrando las nuevas
tecnologías a las ya existentes. Fortalecer las ideas para las
condiciones que existen en el sudoeste es el camino que ya comenzaron a
andar y con resultados positivos.
Fuente: Clarin Rural, 08/09/2012
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