sábado, 4 de mayo de 2013

La precisión, un camino obligatorio


Por Inés Umaran. Especial Para Clarín Rural

Ante un negocio agrícola muy ajustado, la rentabilidad depende de la eficiencia. Una red del INTA Villegas abre las puertas para crecer en ese sentido.
La agricultura de precisión (AP) asusta un poco al principio. Por eso, siempre vale la pena aclarar un par de conceptos. Georreferenciar es asociar puntos a coordenadas (latitud y longitud) através de un GPS, y los GIS (sistemas de información geográfica) son softwares que centralizan y procesan la información con la que luego se generan mapas de ambiente.

Al georreferenciar se ubican mejor los factores que determinan la variabilidad para poder aplicar los insumos de manera diferenciada, mejorando el resultado económico y reduciendo el impacto ambiental.

En diálogo con Clarín Rural , Cecilia Justo, del INTA Villegas, explica que esa institución tiene una red de ensayos de AP que tiene dos objetivos centrales: generar protocolos fáciles de interpretar y usar por parte del productor y, además, obtener curvas de respuesta a distintos manejos -nitrógeno, fósforo, densidad en maíz, grupos de madurez en soja- en ambientes disímiles.

Los ensayos se hacen para soja, maíz, trigo y cebada en 40 hectáreas en la EEA INTA Villegas, en el oeste de la provincia de Buenos Aires, y en campos de productores. Pero la idea es sumar a todos los interesados dispuestos a realizar sus propios ensayos.

Cada ensayo tiene su protocolo, que estandariza la metodología para poder comparar los resultados de situaciones agroecológicas y suelos diferentes. El primer paso del protocolo es definir zonas de manejo, integrando toda la información georreferenciada disponible: mapas de rinde, profundidad de tosca y napa, carta de suelo, fotografías aéreas e imágenes satelitales. Luego, se hace la selección de dos zonas contrastantes de un tamaño tal que las máquinas puedan entrar. Más adelante, explica Justo, se hace un muestreo de suelo georreferenciado. Las muestras se llevan a un laboratorio y se analiza materia orgánica, fósforo, pH y nitratos.

Hecha la interpretación de los datos analíticos, caracterizados y delimitados los ambientes, se franjea el lote. “Cruzamos esos ambientes con franjas de manejo, hacemos el seguimiento del cultivo y la cosecha con monitor de rendimiento”. Se procesan los mapas de rinde, se hace un análisis estadístico básico y se ve si hay diferencias -o no- entre ambientes.

Todo eso, para sacar conclusiones. Por ejemplo, que “en cebada, en el lote de producción, cruzamos la franja de fertilización con la dosis que usaban en el campo (140 kilos de urea) e hicimos la curva entre cero y 200 kilos. Al cosechar, en cada ambiente se obtuvo el máximo rinde con 90 y 110 kilos de nitrógeno. Es decir que se estaban aplicando 40 y 50 kilos de más”, dice Justo.

La AP no es inalcanzable. Conocer el campo puede transformarse en un manejo diferencial, para no trabajar más con promedios.

Por eso, estos ensayos servirán para conocer la variabilidad del suelo y, en el caso de los que ya hacen manejo variable, para ajustar las aplicaciones aun más.

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