Por Inés Umaran. Especial Para Clarín Rural
Ante un negocio agrícola muy ajustado, la rentabilidad depende de la eficiencia. Una red del INTA Villegas abre las puertas para crecer en ese sentido.
La agricultura de precisión (AP) asusta un poco al principio.
Por eso, siempre vale la pena aclarar un par de conceptos.
Georreferenciar es asociar puntos a coordenadas (latitud y longitud)
através de un GPS, y los GIS (sistemas de información geográfica) son
softwares que centralizan y procesan la información con la que luego se
generan mapas de ambiente.
Al georreferenciar se ubican mejor los
factores que determinan la variabilidad para poder aplicar los insumos
de manera diferenciada, mejorando el resultado económico y reduciendo el
impacto ambiental.
En diálogo con Clarín Rural , Cecilia Justo,
del INTA Villegas, explica que esa institución tiene una red de ensayos
de AP que tiene dos objetivos centrales: generar protocolos fáciles de
interpretar y usar por parte del productor y, además, obtener curvas de
respuesta a distintos manejos -nitrógeno, fósforo, densidad en maíz,
grupos de madurez en soja- en ambientes disímiles.
Los ensayos se
hacen para soja, maíz, trigo y cebada en 40 hectáreas en la EEA INTA
Villegas, en el oeste de la provincia de Buenos Aires, y en campos de
productores. Pero la idea es sumar a todos los interesados dispuestos a
realizar sus propios ensayos.
Cada ensayo tiene su protocolo, que
estandariza la metodología para poder comparar los resultados de
situaciones agroecológicas y suelos diferentes. El primer paso del
protocolo es definir zonas de manejo, integrando toda la información
georreferenciada disponible: mapas de rinde, profundidad de tosca y
napa, carta de suelo, fotografías aéreas e imágenes satelitales. Luego,
se hace la selección de dos zonas contrastantes de un tamaño tal que las
máquinas puedan entrar. Más adelante, explica Justo, se hace un
muestreo de suelo georreferenciado. Las muestras se llevan a un
laboratorio y se analiza materia orgánica, fósforo, pH y nitratos.
Hecha
la interpretación de los datos analíticos, caracterizados y delimitados
los ambientes, se franjea el lote. “Cruzamos esos ambientes con franjas
de manejo, hacemos el seguimiento del cultivo y la cosecha con monitor
de rendimiento”. Se procesan los mapas de rinde, se hace un análisis
estadístico básico y se ve si hay diferencias -o no- entre ambientes.
Todo
eso, para sacar conclusiones. Por ejemplo, que “en cebada, en el lote
de producción, cruzamos la franja de fertilización con la dosis que
usaban en el campo (140 kilos de urea) e hicimos la curva entre cero y
200 kilos. Al cosechar, en cada ambiente se obtuvo el máximo rinde con
90 y 110 kilos de nitrógeno. Es decir que se estaban aplicando 40 y 50
kilos de más”, dice Justo.
La AP no es inalcanzable. Conocer el campo puede transformarse en un manejo diferencial, para no trabajar más con promedios.
Por
eso, estos ensayos servirán para conocer la variabilidad del suelo y,
en el caso de los que ya hacen manejo variable, para ajustar las
aplicaciones aun más.
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