El agua es clave para producir. Medir su contenido en el suelo no es tarea sencilla. El INTA hace su aporte con un método práctico y rápido para medir el agua útil en el suelo. A campo, a tacto. Conocer las texturas y sus características potencia las decisiones de manejo. El conocimiento como motor de la eficiencia.
Por Ines Umaran
Su falta o su exceso encienden alertas, porque el agua es vital en la producción agrícola.
Los cultivos la requieren para poder expresar su potencial. Por eso conocer el contenido de agua almacenada en el suelo resulta fundamental para tomar decisiones en los sistemas productivos.
En momentos claves -siembra, fertilización, aplicación de herbicidas y fungicidas- se vuelve estratégico categorizar los lotes en base a sus reservas de agua útil (AU) para tomar decisiones, optimizar el uso de la tecnología y obtener respuestas positivas y rentables.
Pero determinar el agua útil del suelo es algo bastante engorroso.
Desde el INTA diseñaron -hace un tiempo- un método que le permite al productor determinar la humedad del suelo, de manera manual y muy rápidamente. La técnica consiste en tomar muestras de suelos con un barreno cada 20 cm de profundidad y al tacto, y en función de la textura y otros indicadores, conocer la humedad del suelo. En minutos.
Uno de los responsables de esta determinación práctica es el Ing. Agr. Alberto Quiroga, de INTA Anguil, quien antes de introducirse de lleno en el método, compartió con Clarín Rural muy interesantes conceptos.
El especialista se refirió a la "vocación productiva" de un suelo como a la capacidad de un perfil de suelo, frente al clima y a un determinado cultivo, de poder almacenar -antes de sembrar el cultivo- al menos el 30% del agua que el cultivo va a consumir durante su ciclo.
"Ese 30% de reserva inicial de agua -dijo Quiroga- antes de sembrar, nos previene o ayuda a soportar períodos de falta de precipitaciones normales. Esto hace que podamos planificar un cultivo con un rinde medio a bueno y poner en marcha el resto de la tecnología: genética, control de malezas, prever enfermedades y nutrición".
El método, desarrollado desde INTA se basa en la experiencia de reconocer distintos patrones texturales (diferentes contenidos de arena, limo y arcilla) y para cada uno haber definido la capacidad que tiene de juntar agua. Es importante aclarar que este procedimiento no remplaza otros de mayor exactitud, que tratan de complementar en aquellas situaciones donde no se cuenta con el equipamiento o la información de constantes hídricas, o personal idóneo para utilizar otros procedimientos.
“Esto es lo que le enseñamos a reconocer al productor. La idea es que en no más de 10 minutos, pueda tener una idea de los milímetros de agua que tiene en el perfil que está observando. En base a esto, al momento de sembrar conocer cuánto tendría que llover o cual es el riesgo que se corre si siembro hoy y no llueve; o saber cuánta agua tengo en el perfil al momento de fertilizar".
En palabras algo más precisas y técnicas, la metodología consiste en familiarizarse al tacto con tres tipos de suelos de textura diferente, las más comunes en la Región Pampeana: arenosos 80-90% (textura gruesa), francos 40-50% (textura fina) y suelos de textura intermedia, entre los anteriores.
En primer término, reconocer los suelos en seco (diferencias texturales) y luego en tres estados de humedad, correspondientes a 0, 50 y 100% de agua útil.
Luego ir a cada lote con un barreno y, después de haber identificado el tipo de suelo, sacar muestras cada 20 cm hasta la tosca, 140 cm o mayor profundidad si se quiere conocer la profundidad de la napa freática. Al tacto calcular cuántos mm de agua tiene cada capa y obtener los mm totales en el perfil.
Con la información obtenida a campo de cada lote se pueden tener varias alternativas: suelo seco, húmedo solo en los primeros cm, humedad en profundidad –por ejemplo- a partir de los 50-60cm y humedad en todo el perfil.
Lo más importante es conocer cuántos mm faltan para recargar el perfil y así poder implementar estrategias de manejo como: iniciar una siembra, elegir el cultivo, seleccionar un cultivar, aplicar un herbicida, realizar una fertilización; etc.
Pasando en limpio y con comparaciones conocidas, Quiroga explica. “Lo importante es reconocer al tacto, los distintos contenidos de limo, arena y arcilla. Un suelo arenoso que puede retener -en 1 m de profundidad- unos 60 mm de agua, al tacto es como tocar granos de arroz, groseramente. Un suelo franco -de textura media- que puede almacenar unos 100 mm, al tacto es como polenta. Y un suelo fino -que puede almacenar unos 120 mm- es al tacto como harina o maicena”.
A mano es fácil diferenciar la harina del arroz y en el suelo pasa lo mismo. Requiere algo de práctica.
Cada una de estas texturas tiene una capacidad de juntar agua, que lo determina el tamaño de poros.
La cantidad de poros varía según la textura. Juntar agua es el objetivo y, reconocer las texturas nos da idea del tamaño del tanque que tengo para juntarla, concluyó.
Aplicar esta herramienta permite conocer mejor nuestro sistema. Se trata de reducir al mínimo los riesgos. Se trata del agua, un recurso vital y cada día más limitante.
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